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El pecado original de Haití

Sugerimos la lectura de este artículo de Samuel, un canario en Bruselas.

"Haití es una rebelión que se hace llamar república" Chicago Tribune, 5 de septiembre de 1915

El 14 de agosto de 1791, una semana antes de que los esclavos de Saint Domingue se alzaran contra sus amos, un grupo de esclavos y cimarrones se reunieron en una zona boscosa del Norte de la isla, llamada Bois Caïman, para celebrar una ceremonia dirigida por el ex esclavo y sacerdote vudú Dutty Boukman y una sacerdotisa mulata. El rito consistió en un pacto de sangre, mediante el sacrificio de un cerdo negro y la ingestión de su sangre por los asistentes, que prometieron acabar con todos los blancos de Saint Domingue.

Así suele relatarse el principio de la revolución que, tras trece años de guerras civiles, conduciría a la proclamación de la primera república negra moderna, la única surgida de las ruinas del sistema esclavista, y el primer país que abolió la esclavitud en tierras americanas. No debería extrañar, por tanto, que hace unos días, en plena conmoción por el terremoto que arrasó el país, el ultrareaccionario telepredicador evangelista Pat Robertson se refiriera a dicho pacto como un "pacto con el diablo" e hiciera al pueblo haitiano merecedor de su trágica suerte. El pecado original trasciende los siglos.

El impacto que tuvo en aquel entonces la exitosa revuelta de los esclavos negros (la mayoría, nacidos en el África subsahariana y transportados a la isla, tan elevada era la tasa de mortalidad) fue enorme, por lo que Francia, España, Gran Bretaña y los nacientes Estados Unidos hicieron todo lo posible por contener la onda expansiva de la revolución haitiana y hacer naufragar la experiencia. Estados Unidos aprobó en 1806 un embargo comercial y Francia logró imponer un resarcimiento millonario por la pérdida de las plantaciones, a cambio del fin del acoso militar y el reconocimiento del nuevo Estado (1825), uno de los primeros ejemplos de intervencionismo por medio del mecanismo de la deuda externa, factor que ha condicionado toda la historia del país. Posteriormente, Estados Unidos ocuparía el país entre 1915 y 1934. No fue la primera intervención militar, tampoco sería la última.

En el plano simbólico, Haití sería condenada al ostracismo. Las consecuencias de todo ello han sido menos evidentes que las de la intervención occidental. El evento revolucionario haitiano tuvo la misma relevancia -para una parte del mundo, más- que las revoluciones inglesa, estadounidense o francesa, pero acabó convertida en anécdota (o mero daño colateral de 1789) y su memoria, borrada. El pecado tenía que ser lavado. La razón principal es que, a diferencia de aquéllas, la revolución haitiana atacó de lleno la propiedad privada, al proclamar la libertad de los esclavos, e hizo tambalearse al capitalismo de la gran plantación colonial. Hay que tener en cuenta que en las décadas que precedieron a la independencia, Saint Domingue producía casi la mitad del azúcar y buena parte del café que se consumía en el mundo, y la colonia representaba nada menos que el 40 % del comercio exterior de la metrópolis francesa. La derrota de las tropas napoleónicas francesas en Saint Domingue fue uno de los factores principales para vender la Louisiana a los Estados Unidos. La victoria de los esclavos frente a las tropas bien pertrechadas de los franceses contradecía la imagen ideologizada del negro como un ser incapaz necesitado de un amo que lo dirija. Durante todo el siglo XIX, la reescritura de la historia por parte de una burguesía liberal que continuaría la empresa colonial con el reparto de África, hará de la esclavitud un arcaísmo medieval (cuando en realidad fue una institución básica del capitalismo mercantil) y la rebeldía haitiana se minusvalorará hasta el punto de que en el relato histórico dominante el fin de la trata se explica no por la fuga y la lucha de los esclavos sino por el descenso de la rentabilidad económica de las plantaciones (sin embargo, en Haití sucedía lo contrario) o la caridad de los abolicionistas blancos. [...]

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